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miércoles, 22 de noviembre de 2017

✔J. Stalin EL MARXISMO Y LA CUESTIÓN NACIONAL ☭ 《Parte 2》

(...)

No, ésa no es la solución de la cuestión nacional; eso es el fruto de una fantasía ociosa.

Pero admitamos lo inadmisible y supongamos que la autonomía nacional-cultural de nuestro N. se haya puesto en práctica. ¿A dónde conduce?, ¿a qué resultados? Tomemos, por ejemplo, a los tártaros transcaucasianos, con su porcentaje mínimo de personas que saben leer y escribir, con sus escuelas regentadas por los omnipotentes mulhas, con su cultura impregnada de espíritu religioso1/4 No es difícil comprender que el "organizarlos" en una unión cultural-nacional significaría colocar al frente de ellos a sus mulhas, significaría dejarlos a merced de los reaccionarios mulhas, significaría crear una nueva fortaleza para la esclavización espiritual de las masas tártaras por su más enconado enemigo.

Pero ¿desde cuándo los socialdemócratas se dedican a llevar el agua al molino de los reaccionarios? ¿No han podido los liquidadores caucasianos "proclamar" otra cosa mejor que la delimitación de los tártaros transcaucasianos en una unión cultural-nacional, que conduciría a la esclavización de las masas por los más enconados reaccionarios?...

No, ésa no es la solución de la cuestión nacional.

La cuestión nacional del Cáucaso sólo puede resolverse en el sentido de llevar a las naciones y pueblos rezagados al cauce común de una cultura superior. Sólo esta solución puede ser progresiva y aceptable para la socialdemocracia. La autonomía regional del Cáucaso es aceptable, precisamente, porque incorpora a las naciones rezagadas al desarrollo cultural común, les ayuda a romper el cascarón del aislamiento propio de las pequeñas nacionalidades, las impulsa a marchar hacia adelante y les facilita el acceso a los valores de una cultura superior. En cambio, la autonomía cultural-nacional actúa en un sentido diametralmente opuesto, pues recluye a las naciones en sus viejos cascarones, las mantiene en los grados inferiores del desarrollo de la cultura y les impide elevarse a los grados más altos de la misma.

De este modo, la autonomía nacional paraliza los lados positivos de la autonomía regional y la reduce a la nada.

Por eso, precisamente, no sirve tampoco ese tipo mixto de autonomía que propone N., en el que se combinan la autonomía nacional-cultural y la autonomía regional. Esta combinación antinatural no mejora la cosa, sino que la empeora, pues, además de entorpecer el desarrollo de las naciones rezagadas, convierte la autonomía regional en arena de choques entre las naciones organizadas en uniones nacionales.

De este modo, la autonomía cultural-nacional, inservible en general, se convertiría, en el Cáucaso, en una empresa reaccionaria absurda.

Tal es la autonomía cultural-nacional de N. y de sus correligionarios caucasianos.

¿Darán los liquidadores caucasianos "un paso adelante" y seguirán también al Bund en el terreno de la organización? El futuro lo dirá. Hasta hoy, en la historia de la socialdemocracia, el federalismo en el terreno de la organización ha precedido siempre a la autonomía nacional en el programa. Los socialdemócratas austriacos aplicaron ya en 1897 el federalismo en el terreno de la organización, y sólo a la vuelta de dos años (en 1899) adoptaron la autonomía nacional. Los bundistas hablaron por primera vez de un modo inteligible de la autonomía nacional en 1901, mientras que el federalismo en el terreno de la organización lo practicaban ya desde 1897.

Los liquidadores caucasianos han empezado por el final, por la autonomía nacional. Si siguen marchando sobre las huellas del Bund, tendrán que demoler previamente todo el edificio de la organización actual, levantado ya a fines de la década del 90 sobre los principios del internacionalismo.

Pero todo lo que ha tenido de fácil aceptar la autonomía nacional, incomprensible todavía para los obreros, lo tendrá de difícil demoler un edificio que ha costado años enteros construir y que ha sido levantado y cuidado con tanto amor por los obreros de todas las nacionalidades del Cáucaso. Bastará que comience esta empresa de Eróstrato, para que los obreros abran los ojos y comprendan la esencia nacionalista de la autonomía cultural-nacional.

Mientras los caucasianos resuelven la cuestión nacional de una manera común y corriente, por medio de debates verbales y de una discusión literaria, la Conferencia de los liquidadores de toda Rusia ha discurrido un procedimiento completamente desusado. Un procedimiento fácil y sencillo. Escuchad:

"Habiendo oído la comunicación hecha por la delegación caucasiana acerca de que... es necesario plantear la reivindicación de la autonomía nacional-cultural, la Conferencia, sin pronunciarse acerca del fondo de esta reivindicación, hace constar que tal interpretación del punto del programa en que se reconoce a cada nacionalidad el derecho de autodeterminación, no va en contra del sentido preciso de dicho programa".

Así, ante todo, "sin pronunciarse acerca del fondo de esta" cuestión, y luego "hacer constar". ¡Peregrino método!1/4

¿Qué es lo que "hace constar" esta original Conferencia?

Pues que la "reivindicación" de la autonomía nacional-cultural "no va en contra del sentido preciso" del programa en que se reconoce el derecho de las naciones a la autodeterminación.

☞Examinemos esta tesis.

El punto de la autodeterminación habla de los derechos de las naciones. Según este punto, las naciones no sólo tienen derecho a la autonomía, sino también a la separación. Se trata de la autodeterminación política. ¿A quién han querido engañar los liquidadores, intentando tergiversar totalmente este derecho de autodeterminación política de las naciones, establecido desde hace largo tiempo en toda la socialdemocracia internacional?

¿O tal vez los liquidadores quieran escurrir el bulto, escudándose tras el sofisma de que la autonomía cultural-nacional "no va en contra" de los derechos de las naciones? Es decir, que si todas las naciones de un Estado determinado se ponen de acuerdo para organizarse según los principios de la autonomía cultural-nacional, esta suma de naciones tiene perfecto derecho a hacerlo y nadie puede imponerles por la fuerza otra forma de vida política. Nuevo e ingenioso. ¿Por qué no añadir que, en general, las naciones tienen derecho a derogar su propia Constitución, a sustituirla por un sistema de arbitrariedad, a retrotraerse al viejo orden de cosas, pues las naciones y solamente ellas tienen derecho a determinar sus propios destinos? Repetimos: en este sentido, ni la autonomía cultural-nacional ni ninguna otra tendencia reaccionaria en la cuestión nacional "va en contra" de los derechos de las naciones.

¿No era eso lo que quería decir la respetable Conferencia?

No, no era eso. Dice concretamente que la autonomía cultural-nacional "no va en contra", no de los derechos de las naciones sino "del sentido preciso" del programa. Aquí se trata del programa y no de los derechos de las naciones.

Y es comprensible. Si a la Conferencia de los liquidadores se hubiese dirigido una nación cualquiera, la Conferencia podría haber hecho constar sencillamente que una nación tiene derecho a la autonomía cultural-nacional. Pero a la Conferencia no se dirigió una nación, sino una "delegación" de socialdemócratas caucasianos, malos socialdemócratas, es cierto, pero, con todo, socialdemócratas. Y éstos no preguntaron acerca de los derechos de las naciones, sino si la autonomía cultural-nacional no contradice a los principios de la socialdemocracia, si no va "en contra" "del sentido preciso" del programa de la socialdemocracia.

Así, pues, los derechos de las naciones y el "sentido preciso" del programa de la socialdemocracia no son una y la misma cosa.

Evidentemente, hay reivindicaciones que, aun no yendo en contra de los derechos de las naciones, pueden ir en contra del "sentido preciso" del programa.

Un ejemplo. En el programa de los socialdemócratas figura un punto sobre la libertad de conciencia. Según este punto, cualquier grupo de personas tiene derecho a profesar cualquier religión: el catolicismo, la religión ortodoxa, etc. La socialdemocracia luchará contra toda persecución de las religiones, contra las persecuciones de que se haga objeto a los ortodoxos, católicos y protestantes. ¿Quiere decir esto que el catolicismo, el protestantismo, etc. "no van en contra del sentido preciso" del programa? No, no quiere decir esto. La socialdemocracia protestará siempre contra las persecuciones de que se haga objeto al catolicismo y al protestantismo, defenderá siempre el derecho de las naciones a practicar cualquier religión; pero, al mismo tiempo, partiendo de una comprensión acertada de los intereses del proletariado, hará propaganda en contra del catolicismo, en contra del protestantismo, en contra de la religión ortodoxa, con el fin de hacer triunfar la concepción socialista del mundo.

Y obrará así porque el protestantismo, el catolicismo, la religión ortodoxa, etc., sin ningún género de dudas, "van en contra del sentido preciso" del programa, es decir, en contra de los intereses bien comprendidos del proletariado.

Otro tanto hay que decir de la autodeterminación. Las naciones tienen derecho a organizarse con arreglo a sus deseos, tienen derecho a conservar las instituciones nacionales que les plazcan, las perniciosas y las útiles: nadie puede (¡nadie tiene derecho !) inmiscuirse por la fuerza en la vida de las naciones. Pero esto no quiere decir que la socialdemocracia no haya de luchar, no haya de hacer propaganda en contra de las instituciones nocivas de las naciones, en contra de las reivindicaciones inadecuadas de las naciones. Por el contrario, la socialdemocracia está obligada a realizar esta propaganda y a influir en la voluntad de las naciones de modo que éstas se organicen en la forma que mejor corresponda a los intereses del proletariado. Precisamente por esto, luchando en favor del derecho de las naciones a la autodeterminación, realizará, al mismo tiempo, una campaña de propaganda, por ejemplo, contra la separación de los tártaros y contra la autonomía cultural-nacional de las naciones caucásicas, pues tanto una como otra, si bien no van en contra de los derechos de estas naciones, van, sin embargo, en contra "del sentido preciso" del programa, es decir, de los intereses del proletariado caucasiano.

Evidentemente, los "derechos de las naciones" y el "sentido preciso" del programa son dos planos completamente distintos. Mientras que el "sentido preciso" del programa expresa los intereses del proletariado, formulados científicamente en su programa, los derechos de las naciones pueden expresar los intereses de cualquier clase: de la burguesía, de la aristocracia, del clero, etc., con arreglo a la fuerza y a la influencia de estas clases. Allí son los deberes del marxista, aquí los derechos de las naciones, integradas por diversas clases. Los derechos de las naciones y los principios de la socialdemocracia pueden ir o no "ir en contra" los unos de los otros, de la misma manera, por ejemplo, que la pirámide de Cheops y... la famosa Conferencia de los liquidadores. Son, sencillamente, magnitudes incomparables.

Pero de aquí se desprende que la respetable Conferencia ha confundido de la manera más imperdonable dos cosas totalmente distintas. El resultado no ha sido la solución de la cuestión nacional, sino un absurdo en virtud del cual los derechos de las naciones y los principios de la socialdemocracia "no van en contra" los unos de los otros; y, por consiguiente, toda reivindicación de las naciones puede ser compatible con los intereses del proletariado; y por consiguiente, ¡ni una sola reivindicación de las naciones que aspiran a la autodeterminación "irá en contra del sentido preciso" del programa!

Ni la menor compasión con la lógica...

Este absurdo ha servido de base al ya célebre acuerdo de la Conferencia de los liquidadores, según el cual la reivindicación de la autonomía nacional-cultural "no va en contra del sentido preciso" del programa.

Pero la Conferencia de los liquidadores no infringe solamente las leyes de la lógica.

Infringe, además, su propio deber para con la socialdemocracia de Rusia, al sancionar la autonomía cultural-nacional. Infringe del modo más definido el "sentido preciso" del programa, pues es sabido que el II Congreso, en el que se aprobó el programa, rechazó resueltamente la autonomía cultural-nacional. He aquí lo que se dijo, a este propósito, en el Congreso:

Goldbtat (bundista): "... Yo considero necesario crear instituciones especiales que aseguren la libertad del desarrollo cultural de las nacionalidades, razón por la cual propongo que se añada al punto 8 lo siguiente: "y creación de las instituciones que les garanticen plena libertad de desarrollo cultural" (que es, como se sabe, la formulación bundista de la autonomía cultural-nacional. J. St.).

Martínov señala que las instituciones generales deben organizarse de tal modo que garanticen también los intereses privados. No es posible crear ninguna institución especial que asegure la libertad de desarrollo cultural de la nacionalidad.

Egórov: En la cuestión de la nacionalidad sólo podemos adoptar proposiciones negativas, es decir, somos contrarios a toda restricción de la nacionalidad. Pero a nosotros, como socialdemócratas, nos tiene sin cuidado que esta o aquella nacionalidad se desarrolle como tal. Esto es materia de un proceso espontáneo.

Koltsov: Los delegados del Bund se ofenden siempre que se habla de su nacionalismo. Y sin embargo, la enmienda propuesta por el delegado del Bund tiene un carácter puramente nacionalista. Exigen de nosotros medidas puramente ofensivas para defender incluso a aquellas nacionalidades que se van extinguiendo".

En consecuencia, "la enmienda de Goldblat es rechazada por mayoría de votos contra tres".

Está, pues, claro que la Conferencia de los liquidadores ha ido "en contra del sentido preciso" del programa, ha infringido el programa.

Ahora, los liquidadores intentan justificarse, remitiéndose al Congreso de Estocolmo, que, según ellos, ha sancionado la autonomía cultural-nacional. Y así, V. Kossovski escribe:

"Como es sabido, según el acuerdo adoptado en el Congreso de Estocolmo, se dejó al Bund en libertad para conservar su programa nacional (hasta la solución de la cuestión nacional en el Congreso de todo el Partido). Este Congreso reconoció que la autonomía nacional-cultural no contradice, en todo caso, el programa general del Partido".

Pero los esfuerzos de los liquidadores son vanos. El Congreso de Estocolmo no pensó siquiera en sancionar el programa del Bund; se avino sencillamente a dejar abierta, por el momento, la cuestión. Al valiente Kossovski le faltó valor para decir toda la verdad. Pero los hechos hablan por sí solos. Helos aquí:

Galin presenta una enmienda: "La cuestión del programa nacional queda abierta, en vista de que no ha sido examinada por el Congreso". (En pro 50 votos, en contra 32.)

Una voz: ¿Qué quiere decir que queda abierta?

Presidente: Cuando decimos que la cuestión nacional queda abierta, eso significa que el Bund puede mantener su decisión acerca de esta cuestión hasta el Congreso siguiente.

Como veis, el Congreso "no examinó" siquiera la cuestión del programa nacional del Bund: se limitó a dejarla "abierta", concediendo al mismo Bund libertad para decidir los destinos de su programa hasta el siguiente Congreso general. En otros términos: el Congreso de Estocolmo rehuyó la cuestión, no enjuició la autonomía cultural-nacional, ni en un sentido ni en otro.

En cambio, la Conferencia de los liquidadores enjuicia el asunto con toda concreción, reconoce como admisible la autonomía cultural-nacional y la sanciona en nombre del programa del Partido.

La diferencia salta a la vista.

De este modo, la Conferencia de los liquidadores, pese a todos los subterfugios, no ha hecho avanzar ni un solo paso la cuestión nacional.

Bailarle el agua al Bund y a los nacional-liquidadores caucasianos: eso es todo lo que ha sabido hacer.

7. La cuestión nacional en Rusia

Nos resta señalar la solución positiva de la cuestión nacional.

Partimos del hecho de que esta cuestión sólo puede ser resuelta en indisoluble conexión con el momento que actualmente se vive en Rusia.

Rusia vive en una época de transición, en que no se ha instaurado todavía una vida "normal", "constitucional", en que la crisis política no se ha resuelto todavía Nos esperan días de tormenta y de "complicaciones". De aquí el movimiento, el presente y el venidero, que se propone como objetivo la plena democratización.

En relación con este movimiento es como debe ser examinada la cuestión nacional.

Tenemos, pues, la plena democratización del país como base y condición para solucionar la cuestión nacional.

Para resolver la cuestión es necesario tener en cuenta no sólo la situación interior, sino también la situación exterior. Rusia se encuentra enclavada entre Europa y Asia, entre Austria y China. El crecimiento de la democracia en Asia es inevitable. El crecimiento del imperialismo en Europa no es un fenómeno casual. En Europa el capital se va sintiendo estrecho y pugna por penetrar en países ajenos, buscando nuevos mercados, mano de obra barata, nuevos lugares de inversión. Pero esto conduce a complicaciones exteriores y a guerras. Nadie puede decir que la guerra de los Balcanes sea el fin y no el comienzo de las complicaciones. Por eso, cabe perfectamente dentro de lo posible que se dé una combinación de circunstancias interiores y exteriores en que una u otra nacionalidad de Rusia crea necesario plantear y resolver la cuestión de su independencia. Y, naturalmente, no es cosa de los marxistas poner obstáculos en tales casos.

Pero de aquí se deduce que los marxistas rusos no pueden prescindir del derecho de las naciones a la autodeterminación.

Tenemos, pues, el derecho de autodeterminación como punto indispensable para resolver la cuestión nacional.

Prosigamos. ¿Qué hacer con las naciones que por unas u otras causas prefieran permanecer dentro del marco de un Estado multinacional?

Hemos visto que la autonomía cultural-nacional es inservible. En primer lugar, es artificial y no viable, pues supone agrupar artificialmente en una sola nación a gentes a quienes la vida, la vida real, desune y dispersa por los diversos confines del Estado. En segundo lugar, impulsa hacia el nacionalismo, pues lleva al punto de vista del "deslindamiento" de los hombres por curias nacionales, al punto de vista de la "organización" de naciones, al punto de vista de la "conservación" y cultivo de las "particularidades nacionales", cosa que no cuadra en absoluto a la socialdemocracia. No es un hecho casual que los separatistas moravos en el Reichsrat, después de separarse de los diputados socialdemócratas alemanes, se uniesen a los diputados moravos burgueses, para formar, como si dijésemos, un "kolo" moravo. Ni es un hecho casual tampoco que los separatistas del Bund se empantanasen en el nacionalismo, exaltando la celebración del "sábado" y el "yidish". En la Duma no figuran todavía diputados bundistas, pero en el radio de acción del Bund hay una comunidad judía clerical-reaccionaria, en cuyas "instituciones dirigentes" organiza el Bund, por el momento, una "unión" entre los obreros y los burgueses judíos. Tal es, en efecto, la lógica de la autonomía cultural-nacional.

La autonomía nacional no resuelve, pues, la cuestión.

¿Dónde está la salida?

La única solución acertada es id autonomía regional, la autonomía de unidades tan definidas como Polonia, Lituania, Ucrania, el Cáucaso, etc.

La ventaja de la autonomía regional consiste, ante todo, en que aquí no tenemos que habérnoslas con una ficción sin territorio, sino con una población determinada, que vive en un territorio determinado. Además, no deslinda a los hombres por naciones, no refuerza las barreras nacionales, sino que, por el contrario, rompe estas barreras y agrupa a la población para abrir el camino a un deslindamiento de otro género, al deslindamiento por clases. Finalmente, permite utilizar del mejor modo las riquezas naturales de la región y desarrollar las fuerzas productivas, sin esperar a que la solución venga del centro, funciones éstas que la autonomía cultural-nacional no concede.

Tenemos, pues, la autonomía regional como punto indispensable para resolver la cuestión nacional.

No cabe duda de que en ninguna de las regiones se da una homogeneidad nacional completa, pues en todas ellas hay enclavadas minorías nacionales. Tal ocurre con los judíos en Polonia, con los letones en Lituania, con los rusos en el Cáucaso, con los polacos en Ucrania, etc. Se puede temer, por esta razón, que las minorías sean oprimidas por las mayorías nacionales. Pero este temor sólo tiene fundamento si el país sigue viviendo bajo el viejo orden de cosas. Dad al país plena democracia, y este temor perderá toda base.

Se propone articular a las minorías dispersas en una unión nacional. Pero lo que necesitan las minorías no es una unión artificial, sino derechos reales en el sitio en que viven. ¿Qué puede darles semejante unión sin plena democracia? o ¿para qué es necesaria esa unión nacional bajo una completa democracia?

¿Qué es lo que inquieta especialmente a una minoría nacional?

Lo que produce el descontento de esta minoría no es la falta de una unión nacional, sino la falta del derecho a usar su lengua materna. Permitidle servirse de su lengua materna, y el descontento desaparecerá por sí solo.

Lo que produce el descontento de esta minoría no es la falta de una unión artificial, sino la falta de escuelas en su lengua materna. Dadle estas escuelas, y el descontento perderá toda base.

Lo que produce el descontento de esta minoría no es la falta de una unión nacional, sino la falta de la libertad de conciencia (la libertad de cultos), de movimiento, etc. Dadle estas libertades, y dejará de estar descontenta.

Tenemos, pues, la igualdad nacional de derechos en todas sus formas (idioma, escuelas, etc.) como punto indispensable para resolver la cuestión nacional. Se precisa, por tanto, una ley general del Estado basada en la plena democratización del país y que prohiba todos los privilegios nacionales sin excepción y todas las trabas o limitaciones puestas a los derechos de las minorías nacionales.

Esto, y solamente esto, puede ser la garantía real y no ficticia de los derechos de las minorías.

Se podría discutir o no la existencia de una relación lógica entre el federalismo en el terreno de la organización y la autonomía cultural-nacional. Lo que no se puede discutir es que ésta crea una atmósfera propicia para un federalismo ilimitado, que acaba transformándose en completa ruptura, en separatismo. Si los checos en Austria y los bundistas en Rusia, comenzando por la autonomía y pasando luego a la federación, terminaron en el separatismo, en ello desempeñó, sin duda, un gran papel la atmósfera nacionalista que emana naturalmente de la autonomía cultural-nacional. No es casual que la autonomía nacional y la federación en el terreno de la organización se den la mano. La cosa es lógica. Tanto una como otra exigen el deslindamiento por nacionalidades. Tanto una como otra presuponen la organización por nacionalidades. La analogía es indudable. La única diferencia es que allí se deslinda la población en general, y aquí a los obreros socialdemócratas.

Sabemos a qué conduce el deslindamiento de los obreros por nacionalidades. Desintegración del Partido obrero único, división de los sindicatos por nacionalidades, exacerbación de las fricciones nacionales, rompehuelgas nacionales, completa desmoralización dentro de las filas de la socialdemocracia: he ahí los frutos del federalismo en el terreno de la organización. La historia de la socialdemocracia en Austria y la actuación del Bund en Rusia lo atestiguan elocuentemente.

El único medio contra todo esto es la organización basada en los principios del internacionalismo.

La unión de los obreros de todas las nacionalidades de Rusia en colectividades únicas e integras en cada localidad y la unión de estas colectividades en un Partido único: he ahí la tarea.

De suyo se comprende que esta estructura del Partido no excluye, sino que presupone una amplia autonomía de las regiones dentro del Partido como un todo único.

La experiencia del Cáucaso pone de manifiesto toda la conveniencia de este tipo de organización. Si los caucasianos han logrado vencer los rozamientos nacionales entre los obreros armenios y tártaros, si han logrado poner a la población a salvo de matanzas y choques armados, si en Bakú, en este caleidoscopio de grupos nacionales, hoy son ya imposibles los choques de carácter nacional, si allí se ha conseguido incorporar a los obreros al cauce único de un potente movimiento, en todo ello ha desempeñado un papel considerable la estructura internacional de la socialdemocracia caucasiana.

El tipo de organización no influye solamente en el trabajo práctico. Imprime un sello indeleble a toda la vida espiritual del obrero. El obrero vive la vida de su organización; en ella se desarrolla espiritualmente y se educa. Por eso, al actuar dentro de su organización y encontrarse siempre allí con sus camaradas de otras nacionalidades, librando a su lado una lucha común bajo la dirección de la colectividad común, se va penetrando profundamente de la idea de que los obreros son, ante todo, miembros de una sola familia de clase, miembros del ejército único del socialismo. Y esto no puede por menos de tener una importancia educativa enorme para las grandes capas de la clase obrera.

Por eso, el tipo internacional de organización es una escuela de sentimientos de camaradería, una propaganda inmensa en favor del internacionalismo.

No ocurre así con la organización por nacionalidades.

Organizados sobre la base de la nacionalidad, los obreros se encierran en sus cascarones nacionales, separándose unos de otros con barreras en el terreno de la organización. No se subraya lo que es común a los obreros, sino lo que diferencia a unos de otros. Aquí, el obrero es, ante todo, miembro de su nación: judío, polaco, etc. No es de extrañar que el federalismo nacional en la organización inculque a los obreros el espíritu del aislamiento nacional.

Por eso, el tipo nacional de organización es una escuela de estrechez nacional y de rutina.

Tenemos, pues, ante nosotros, dos tipos de organización distintos por principio: el tipo de la unión internacional y el del "deslindamiento" de los obreros por nacionalidades.

Hasta hoy, las tentativas que se han hecho para conciliar estos dos tipos de organización no han tenido éxito. Los estatutos conciliatorios de la socialdemocracia austriaca, elaborados en Wimberg en 1897, quedaron en el aire. El partido austriaco se fraccionó arrastrando tras de sí a los sindicatos La "conciliación" no sólo resultó ser utópica, sino, además, nociva. Strasser tiene razón cuando afirma que "el separatismo obtuvo su primer triunfo en el Congreso de Wimberg del Partido". Otro tanto acontece en Rusia. La "conciliación" con el federalismo del Bund en el Congreso de Estocolmo acabó en una completa bancarrota. El Bund hizo fracasar el compromiso establecido en Estocolmo. Al día siguiente del Congreso de Estocolmo, el Bund se convirtió en un obstáculo para la unión de los obreros de cada localidad en una organización única, que englobase a los obreros de todas las nacionalidades. Y el Bund prosiguió aplicando tenazmente su táctica separatista, a pesar de que, tanto en 1907 como en 1908, la socialdemocracia de Rusia exigió repetidas veces que fuese realizada por fin la unidad por la base entre los obreros de todas las nacionalidades. Habiendo comenzado por la autonomía nacional en el terreno de la organización, el Bund pasó de hecho a la federación, para acabar en la completa ruptura, en el separatismo. Y, rompiendo con la socialdemocracia de Rusia, llevó a las filas de ésta la confusión y la desorganización. Basta recordar aunque no sea más que el caso de Jagiello.

Por eso, la senda de la "conciliación" debe ser descartada como utópica y nociva.

Una de dos: o el federalismo del Bund, y entonces la socialdemocracia de Rusia se reorganiza sobre los principios del "deslindamiento" de los obreros por nacionalidades; o el tipo internacional de organización, y entonces el Bund se reorganiza sobre los principios de la autonomía territorial, según el modelo de la socialdemocracia caucasiana, letona y polaca, abriendo el camino a la unificación directa de los obreros judíos con los obreros de las demás nacionalidades de Rusia.

No hay término medio: los principios vencen, los principios no se "concilian".

Tenemos, pues, el principio de la unión internacional de los obreros como punto indispensable para resolver la cuestión nacional.

Viena, enero de 1913.☭

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