La historia de la humanidad es,en esencia,la historia de la división entre quienes poseen y quienes producen; entre quienes acumulan y quienes sobreviven; entre los que mandan y los que obedecen.
Esta fractura no es un detalle menor ni un accidente pasajero: es el eje estructural sobre el cual se ha levantado cada sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción.
Hablar de “humanidad” como si se tratara de un cuerpo homogéneo es,por tanto,una abstracción cómoda.
Es una forma de diluir el conflicto real que atraviesa la vida cotidiana de miles de millones de personas.
La humanidad no es una unidad armónica:
está partida en dos grandes campos irreconciliables.
Por un lado,una minoría que concentra riquezas,recursos,tierras y capitales; por otro,una mayoría que sólo posee su fuerza de trabajo para sobrevivir.
Esta división no es moral ni sentimental:
es material,concreta,visible en cada fábrica,oficina,barrio obrero o conglomerado financiero.
Los ricos no son ricos por casualidad,ni los pobres lo son por mala suerte.
Las fortunas se construyen a partir del trabajo de otros,mediante la apropiación del excedente social producido por quienes no poseen nada más que su tiempo y su esfuerzo.
Llamar “explotación” a este mecanismo no es ideología: es precisión conceptual. Ignorar este antagonismo —hacer de cuenta que todos tienen “las mismas oportunidades",que “el mérito” define el destino de cada uno— es cerrar los ojos frente a la estructura que define el mundo contemporáneo.
Quienes piden “unidad” sin conflicto,“paz social” sin justicia o “consenso” sin transformación omiten que no puede haber armonía donde hay intereses opuestos.
El propietario necesita obtener más ganancia; el trabajador necesita mejores salarios y condiciones.
El capital exige flexibilidad,precarización y reducción de costos; la clase obrera exige estabilidad,derechos y dignidad.
Estas demandas no son compatibles por naturaleza. Así nace la lucha de clases: no como un deseo ideológico,sino como el resultado inevitable de vivir en un sistema donde las necesidades de uno chocan frontalmente con las del otro.
No comprender esta división fundamental,o pretender que puede evaporarse con discursos moralistas,significa abstraerse de la realidad misma.
Significa desarmar políticamente a los explotados y dar ventaja a quienes ya dominan.
La burguesía siempre supo que su poder depende de ocultar el conflicto; por eso invierte tanto en propaganda,en “sentido común”,en discursos que culpabilizan al pobre y santifican al rico.
Reconocer la existencia de esta división no es fomentar odio,sino asumir la verdad histórica que permite transformar la sociedad.
Porque sólo quienes comprenden la raíz del problema pueden luchar por una solución real.
Y la solución —como demostraron todos los procesos emancipatorios— jamás vendrá de arriba,sino de la organización consciente,combativa y solidaria de quienes viven del trabajo.
La humanidad podrá algún día ser realmente una sola,pero eso sólo será posible cuando desaparezca la división entre explotadores y explotados; cuando la riqueza que producimos colectivamente pertenezca también de forma colectiva; cuando la vida deje de estar subordinada al lucro.
Hasta que ese día llegue,la claridad es un deber: el antagonismo existe,nos atraviesa,y reconocerlo es el primer paso hacia la justicia social.
Ⓜ️arcelo Rubéns Balboa ✍️
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