Para algunos,Nayib Bukele es el “modelo” de seguridad: cárceles gigantes,mano dura,pandillas sometidas,likes en redes y elogios de Donald Trump.
Para otros —cada vez más— es el ejemplo acabado de cómo el autoritarismo se disfraza de eficacia y cómo la corrupción aprende a vestirse de modernidad.
Detrás del relato épico del orden recuperado,hay una pregunta incómoda que el marketing oficial intenta silenciar: ¿quién es realmente Bukele y a quién sirve su poder?
Desde que asumió la presidencia de El Salvador,Bukele y su entorno familiar adquirieron 34 propiedades,entre ellas plantaciones de café,terrenos y apartamentos de lujo,valuadas en alrededor de más de 10 millones de dólares.
No es un rumor,no es una consigna: son algunos datos documentados hasta ahora,puede haber más.
Mientras tanto,la extrema pobreza se duplicó.
El contraste es obsceno y brutal: un país empobrecido financiando la acumulación privada de una nueva élite gobernante.
El “milagro Bukele” se sostiene sobre un pilar central: el estado de excepción permanente. Detenciones masivas,suspensión de garantías constitucionales,miles de personas presas sin debido proceso.
¿Se redujo la violencia? Sí.
¿A qué costo?
Al costo de convertir la arbitrariedad en norma y el miedo en política pública.
La historia latinoamericana ya conoce este libreto: orden sin justicia,seguridad sin derechos,silencio impuesto como sinónimo de paz.
Bukele no combate el crimen organizado: administra el control social.
No desmantela las causas estructurales de la violencia —pobreza,desigualdad, exclusión—,simplemente las encierra,las oculta y las usa como escenografía para su proyecto personal.
Un proyecto que concentra poder,anula contrapesos institucionales y convierte al Estado en una extensión del líder y su círculo íntimo.
Que Trump lo elogie no es casualidad.
Bukele encarna el sueño húmedo de la derecha autoritaria global: un presidente que gobierna por decreto,desprecia los derechos humanos,reduce la política a espectáculo y transforma la represión en producto exportable. Cárceles como atracciones mediáticas,presos como trofeos,y redes sociales como tribunal supremo.
No existe el presidente de derecha honrado.
No porque la corrupción sea un defecto individual,sino porque el modelo mismo está diseñado para saquear: privatiza ganancias,socializa miseria y necesita del autoritarismo para sostenerse.
Bukele no es una anomalía; es una consecuencia lógica de un sistema que concentra riqueza mientras predica disciplina a los de abajo.
El problema no es solo Bukele.
El problema es la naturalización de la idea de que los pueblos deben elegir entre derechos o seguridad,entre democracia o eficiencia.
Esa falsa dicotomía siempre termina igual: con más poder para unos pocos y menos vida digna para las mayorías.
La historia es clara y no perdona: cuando el orden se impone sin justicia,lo que se construye no es paz,es dominación.
Y cuando el líder se vuelve intocable,el pueblo paga la cuenta.
(...)
El caso Bukele deja una lección incómoda pero imprescindible: no todo lo que nace en la izquierda pertenece al pueblo.
Su origen político,amparado y promovido por el FMLN en sus primeros pasos como alcalde,no fue un accidente menor,sino una falla grave de lectura política,de formación y de control.
La izquierda salvadoreña no solo lo toleró: lo impulsó.
Y al hacerlo,engendró a su propio verdugo.
Bukele no traicionó de un día para otro; ya estaba ahí: el personalismo,el desprecio por la organización colectiva,el culto a la imagen,la lógica del líder por encima del proyecto.
Cuando rompió con el FMLN,no abandonó esas prácticas: simplemente las llevó a su máxima expresión,ahora sin límites ni contradicciones internas.
Este es el fracaso más profundo: creer que ganar elecciones equivale a construir poder popular.
La izquierda que renuncia a la vigilancia política,que confunde renovación con oportunismo y carisma con conciencia de clase,termina vaciando su propia herramienta histórica.
Y ese vacío siempre lo ocupa el autoritarismo.
La enseñanza es clara y dolorosa: no basta con decirse de izquierda; hay que serlo en práctica,en ética y en compromiso con el pueblo.
Ser celosos,críticos y vigilantes no es sectarismo: es defensa política.
Porque cuando la izquierda baja la guardia,el monstruo no viene de afuera: sale de adentro.
Ⓜ️arcelo Rubéns Balboa ✍️