Mientras el eje del poder mundial se reacomoda y Estados Unidos pierde capacidad de imponer su voluntad en otros tableros —particularmente frente a Rusia y el desgaste de la OTAN—,el imperialismo norteamericano vuelve a hacer lo que mejor sabe cuando se siente amenazado: aferrarse con uñas y dientes a lo que siempre consideró su patio trasero,América Latina.
No es una novedad,no es una teoría conspirativa ni una exageración retórica: es una constante histórica.
Cada vez que el imperio entra en crisis,gira su mirada hacia el sur.
Lo hizo durante la Guerra Fría,lo repitió en las décadas del 70 y 80 con un reguero de golpes de Estado, dictaduras militares, desapariciones,deuda externa y destrucción del tejido social.
Hoy,con otros métodos pero con la misma lógica,vuelve a intentarlo.
La agresión permanente contra Venezuela —económica,diplomática, mediática y política— es la evidencia más clara de este escenario.
Un país castigado no por ser una amenaza real,sino por atreverse a ejercer soberanía sobre sus recursos y su proyecto político.
Venezuela funciona como advertencia: esto es lo que les pasa a quienes no se alinean.
Y el mensaje va dirigido a toda la región.
Pero el problema no se limita a la presión externa.
Sería cómodo —y falso— atribuir todo a Washington. El avance de las derechas en América Latina no sería posible sin la complicidad activa de las élites locales,de las oligarquías económicas,de los grandes medios de comunicación y de una nueva fauna política aún más peligrosa: los falsos progresistas,los pseudoizquierdistas que hablan de pueblo mientras gobiernan para el capital,que levantan banderas populares solo en campaña y luego administran el mismo modelo de dependencia.
El cipayo del siglo XXI ya no siempre viste uniforme ni se proclama abiertamente antipopular.
A menudo se presenta con discurso moderno,lenguaje inclusivo y promesas de consenso,pero su función es la misma de siempre: garantizar que nada estructural cambie,que el saqueo continúe,que la región siga fragmentada y subordinada.
Donald Trump —expresión brutal y sin maquillaje del imperialismo en decadencia— lo sabe.
Por eso Estados Unidos interviene,directa o indirectamente,en cada proceso electoral relevante de la región. Financiamiento externo,operaciones mediáticas,lawfare,presión diplomática,sanciones selectivas: el manual está escrito y se aplica con precisión quirúrgica.
No hacen falta tanques cuando se puede condicionar gobiernos desde los mercados y las embajadas.
La pregunta,entonces,no es si Estados Unidos intenta recuperar control sobre América Latina.
Eso es un hecho.
La verdadera pregunta es otra: ¿se lo vamos a permitir nuevamente?
Porque si algo debería enseñarnos la historia es que la pasividad se paga caro. Los 70 y 80 no fueron una anomalía: fueron la consecuencia de pueblos desorganizados,dirigencias claudicantes y proyectos populares inconclusos. Repetir ese camino no sería una tragedia inevitable,sino una responsabilidad colectiva.
América Latina enfrenta hoy una disyuntiva clara.
O construye unidad real —no discursiva— entre sus pueblos,defiende la soberanía política, económica y cultural,y enfrenta sin ambigüedades la injerencia imperial; o acepta,una vez más,el rol de periferia obediente, condenada al extractivismo,la desigualdad y la represión cuando el pueblo diga basta.
No hay neutralidad posible. No hay tercer camino cómodo.
La historia vuelve a llamar a la puerta y,como siempre,exige definiciones.
Pararlos ahora o repetir la triste historia.
Esa es la elección.
Ⓜ️arcelo Rubéns Balboa ✍️
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