El valor real de una comunidad no se mide en billetes,en inversiones externas ni en estadísticas frías diseñadas para maquillar desigualdades.
El valor de una comunidad —su dignidad,su fuerza y su capacidad de proyectarse hacia el futuro— es el resultado directo de su trabajo acumulado: del esfuerzo cotidiano de quienes la conforman y la sostienen,muchas veces en silencio,sin reconocimiento y sin los derechos que realmente les corresponden.
Una comunidad es,ante todo,una obra colectiva levantada por generaciones de manos callosas.
Allí donde algunos solo ven calles,casas y comercios,lo que en verdad existe es la historia sedimentada de infinitos días de labor:
obreros que forjaron estructuras,maestras que educaron a los hijos del barrio,enfermeras que sostuvieron la salud de todos,mujeres que cargaron con el doble peso del trabajo formal y el trabajo invisibilizado del hogar,jubilados que dieron su vida productiva por un porvenir que muchas veces llega menguado.
Cada uno de esos aportes es trabajo acumulado,y en su conjunto constituyen la riqueza verdadera de cualquier sociedad.
Pero el sistema dominante intenta apropiarse de ese valor.
El capitalismo ha perfeccionado el arte de capturar el trabajo acumulado de la comunidad y convertirlo en ganancia privada,despojando a los trabajadores del fruto integral de su esfuerzo.
No es casual que las zonas con mayor productividad popular sean,paradójicamente,
las más empobrecidas bajo el régimen de la explotación.
El capital extrae,concentra y exporta: se enriquece con el trabajo ajeno y deja tras de sí comunidades exhaustas,pero nunca derrotadas.
Porque en ese trabajo acumulado también reside la memoria colectiva y la fuerza de resistencia.
Allí se encuentra la conciencia de que nada de lo que existe fue un regalo de las élites ni una concesión del mercado: cada derecho conquistado surgió de la lucha obrera,de la organización de base,de la solidaridad entre vecinos,de la convicción profunda de que el progreso no puede ser un privilegio sino un bien común.
Por eso,cuando una comunidad reconoce que su valor está en su propio trabajo,da un paso gigantesco hacia la emancipación.
Empieza a comprender su potencia histórica:
la capacidad de construir,de transformar y de gobernar su propio destino.
La comunidad trabajadora no necesita permiso para existir; es ella misma la que sostiene la vida social.
Sin su esfuerzo,ningún empresario,ningún parlamento y ninguna corporación podría operar siquiera un minuto.
Reivindicar que “el valor de una comunidad representa su trabajo acumulado” es devolverle centralidad a aquello que los poderosos buscan ocultar: que el verdadero motor de la sociedad es el pueblo organizado,no los especuladores.
Y que allí donde el pueblo toma conciencia de su aporte,también emerge la posibilidad de un nuevo horizonte político y social,uno donde la riqueza no sea secuestrada por unos pocos,sino distribuida entre quienes realmente la producen.
Porque al final,la historia lo demuestra una y otra vez: el valor de todo lo humano proviene de quienes trabajan,crean,construyen y luchan.
Y cuando una comunidad reconoce esa verdad,se vuelve invencible.
Ⓜ️arcelo Rubéns Balboa ✍️
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